Moneda en el aire: ¿hay posada?

“¡Y recuerden, sin piñata no hay posada!”, si, ese recuerdo desactivado por la temporada de aquel programa cómico que no estaba pensado para ser familiar y que terminó siéndolo mostraba con una visión chusca situaciones más o menos cotidianas reducidas al absurdo: en ese episodio veíamos al personaje rompiendo por accidente la piñata no una sino varias veces, poniendo en peligro la realización de aquella anhelada fiesta decembrina.

Y es que las posadas tienen un importante arraigo en la cultura mexicana y quizás en otras latitudes de América Latina, se trata de la novena –nueve Rosarios– de Navidad, el devocional católico que prepara poco más de una semana para la celebración de la fiesta y que pone especial énfasis en aquel viaje emprendido por José y María de Nazaret hacia la ciudad de Belén, tierra de sus ancestros, puesto que para entonces el emperador César Augusto decreta la obligación en toda provincia romana de que cada ciudadano se empadrone en su ciudad de origen con tal de poder censarlos para determinar un plan de recaudación de impuestos (Lc. 2,1-5).

Claro está que aunque las distancias son relativamente cortas, hace 2,000 años los viajes se hacían a lomo de burro o completamente a pie, lo que los volvía mucho más lentos y cansados que hoy en día que contamos con vehículos a gasolina, diésel o turbosina y que solo cuentan con retrasos importantes por cuestiones climáticas o de seguridad –como aquella persona que desvió la semana pasada un avión de Volaris que iba de León a Tijuana y que tuvo que aterrizar forzosamente en Guadalajara para que este hombre fuera detenido por las autoridades por poner en peligro a la tripulación y los pasajeros–.

A esto sumémosle el problema del hospedaje: contrario a lo que se piensa en la tradición de la posada donde además del rezo del Rosario se cantan unas coplas que representan escénicamente la petición de alojamiento por parte de José a los habitantes de Belén, el estudio bíblico histórico ha apuntado a que dada la escasez de establecimientos como hostales y posadas –de ahí el nombre–, en acontecimientos masivos como este censo los residentes foráneos tenían que acudir con sus familiares y por eso “no hubo lugar” para el joven matrimonio que solamente pudo alojarse al final en el rincón de un establo donde María dio a luz a Jesús de Nazaret (Lc. 2,6-7).

Ahora bien, problemas de economía y logística cotidianos propios de una temporada siempre los ha habido y seguirá habiendo: a propósito de recuerdos, ¿a alguien se le viene a la memoria ese meme de 2018 que decía más o menos algo como “yo no me voy a pelear contigo ahorita si votas por –ya se imaginan quién(es)–, ahorraré esas fuerzas para cuando tenga que pelearme contigo por la comida”?

A varios les puede parecer paradójico, pero –al menos para estas fechas o similares–, esas peleas por la comida ya existían: familias donde no falta que un mal organizador “delegue” de última hora platillos con tal de disponer en mayor medida de recursos de alguien más, donde alguien se sienta sin ser tomado en cuenta por otra persona que ante esa medida se organiza para hacer un encargo de última hora y que no se lo propuso para disminuir costos juntos, o grupos de amigos donde un reencuentro decembrino en el que alguien propuso mole de guajolote como el año pasado, dos personas no estuvieron de acuerdo con que la mayoría aprobó la propuesta y terminen cambiándola por una alternativa cabildeando con los demás para que al final sea un platillo más ordinario como tacos de barbacoa…

Al final, piñata o no –en dado caso es el elemento menos relevante de la tradición–, ¿hay o no hay posada? (favor de no confundir para el caso de la visión litúrgica más ortodoxa, ya que se inculturizó a tal grado el término que en el ámbito secular cualquier reunió decembrina organizada en plan Godínez o más bien informal termine siendo –quizás malamente– llamada “posada”). 

Aprovechemos el clima para enfriarnos la cabeza –sin resfriarnos–: ¿realmente da igual qué comamos y/o con qué cooperemos al final?, ¿hasta qué punto es justo ceder y hasta qué otro en verdad es justo y necesario poner límites?, ¿no será que a veces estamos confundidos creyendo que hay dolo en la contraparte cuando solamente hay descuido y a la persona que le tocaba llevar las botanas no es que solamente haya llevado carnes frías, queso y frutas por tacañería sino que realmente por el ajetreo se le olvidó comprar también el pan que le habían encargado?, si no nos apetece el menú propuesto o el horario se complica de última hora por la razón que sea ¿hay inconveniente con no hacer el encargo y llevar aparte una pizza mediana para las personas que se interesen?

El espectro de los desacuerdos en la decisión también se puede extender hacia otras esferas como los regalos de los intercambios, los atuendos a usar, o las propuestas de algunos colectivos que presionan a los congresos locales en desacato a los propios códigos de mayor jerarquía como la Constitución de un estado: ¿recuerdan que hace algunas semanas por iniciativa de una activista se llevó a votación exprés la despenalización del aborto en San Luis Potosí sin realmente consultar cabalmente con más sectores de la ciudadanía?

Mi consejo es que si es que comemos tamales, o alitas, o tacos de pescado en nuestras reuniones de fin de año independientemente de que sea lo mismo y al mismo tiempo que las personas con quienes queremos y podemos coincidir para reunirnos, aprendamos a vivir con esas diferencias en fraternidad, pero en asuntos realmente más serios y relevantes como la defensa de un derecho tan básico como es la vida no podemos permanecer indiferentes y dejando que nuestras diferencias cotidianas ahoguen nuestra convicción de luchar por una causa noble.

No seremos contemporáneos de José y María de Nazaret que esperaban a un hijo, pero hay personas que necesitan actualmente que en su dignidad sean miradas y acobijadas humanamente, velemos con generosidad por las necesidades de quien está por nacer o de quien se encuentra en otra etapa de vida y solamente necesita una mano para salir adelante.