Moneda en el aire: riqueza franciscana

Ahora que están de moda las disculpas, bien podría comenzar pidiendo una a quienes profesan la
espiritualidad franciscana –en el marco de la festividad que acaba de pasar el fin de semana
pasado de San Francisco de Asís– ante un presunto intento por desvirtuar la identidad que
caracteriza principalmente la orden. En lugar de ello –y sé que la sensata mayoría lo sabrá
comprender–, procederé a hacer la aclaración de que el legado de este santo para la Iglesia
católica occidental constituye una gran riqueza al redirigirnos hacia un mensaje que mana desde el
mismo Evangelio y que puede resultar confuso, especialmente para los detractores del cristianismo
en cualquier espectro político.
¿Por qué lo digo?, pues el tema de la pobreza en torno a la visión judeocristiana ha constituido un
tabú desde tiempos inadvertidos: para el judaísmo llegó a ser una situación ignominiosa y se pensó
que era consecuencia del pecado –mientras que la prosperidad económica era vista como señal de
bendición–, y cambia un poco el paradigma en el sermón del monte cuando Jesús de Nazareth
califica como bienaventurados a los pobres de espíritu, ya que de ellos es el Reino de los Cielos
(Mt. 5,3).
En la visión neotestamentaria pues se observa un conflicto entre la facilidad para la Salvación del
alma y la posesión de riqueza material, lo que nos haría preguntarnos: ¿en verdad condena el
cristianismo la riqueza? De entrada es más que obvio que riqueza y pobreza se perciben como
antónimos simples aún antes de adentrarnos en temas económicos, puesto que al utilizar los
adjetivos derivados podemos referirnos a muchísimos contextos –ej.: “el museo de la ciudad tiene
un acervo de artes plásticas cada vez más rico”, o bien, “¡pobre hombre!, definitivamente tuvo un
mal día”–, y creo que aún antes de tomar un diccionario podríamos definir la pobreza como la
ausencia de riqueza casi en cualquier aspecto.
Partiendo del segundo ejemplo –una expresión– en lo personal mentalizo el mensaje de un
predicador que habla del paralelismo entre la lástima y la compasión: “son primas hermanas pero
se llevan tan mal que ni siquiera se hablan entre si”. La lástima conlleva vergüenza ante la
vulnerabilidad ajena en algún aspecto, mientras que la compasión es un camino hacia la piedad
que parte de la incomodidad de ver a una persona vulnerable de alguna forma, pero buscando
ponerse en los pies de esa persona para hacer algo por ella.
Una vez considerado lo anterior, ya podemos hablar de diferentes tipos de pobreza para ubicar el
problema en cuestión desde la valoración de la situación propia y de nuestros semejantes: hay
pobreza material, espiritual, cultural y de diferentes tipos, y la moral cristiana no está peleada en si
con la riqueza material sino con los problemas que suelen enfrentar quienes la poseen sin
equilibrarla con otras formas de riqueza, tal cuál como se ve con el joven rico que al ser probado
pidiendo vender de forma VOLUNTARIA sus pertenencias como requisito para unirse a Jesús
decide volver frustrado a su situación inicial (Mc. 10,21-22); no es por tanto que este joven haya
sido poseedor de tantos bienes, sino que no tenía el suficiente desprendimiento de ellos y la moral
cristiana advierte de la dificultad de evadir el placer terrenal que está cercano a la riqueza material
(Mc. 10,23-25).
Siglos después en Italia, en la región de Asís, un hijo de la nobleza se vio rodeado de riqueza
material desde la cuna, pero llegó un punto en que nada de eso lo llenaba y ansiaba algo más de
la misma manera en que ese otro joven rico de Judea en el momento de buscar al Maestro (Mc.
10,17-18), la diferencia es que este otro joven llamado Giovanni decidió renunciar a su linaje,
cambiar su nombre por el de Francisco, donar los bienes que le correspondían y se dedicó a

buscar ese sentido de pobreza material en forma voluntaria y ascética con el propósito de
purificarse personalmente de los deseos pasajeros. El resto de la historia es conocida para quienes
profesan la Fe católica, especialmente desde que comenzó el actual pontificado, cuando el
cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio al ser elegido en el cónclave como sucesor de Benedicto
XVI eligió el nombre papal de Francisco I.
Así pues, la riqueza material no es un problema por si mismo: antes bien, debe ser aprovechada
eficientemente y de forma justa para atender las necesidades humanas frente a la escasez (2 Tes.
3,10), de otro modo la pobreza material no habría sido buscada combatir no solamente desde la
Rerum novarum de León XIII hasta la Fratelli tutti de Francisco, e incluso en los mismos Hechos de
los Apóstoles se describe la solidaridad que se tenía con los miembros de la comunidad cristiana
que pasaban por momentos de necesidad (Hch. 2,44-45).
¿Alguna disyuntiva entre la solidaridad y la subsidiariedad?, ambos son principios morales de la
llamada Doctrina Social de la Iglesia: más que validar algún modelo económico o político de
organización de la producción, dota de criterios morales a los fieles para participar de una mejor
forma. Por eso es que el verdadero potencial de una sociedad radica en que en libertad se
desarrolle el potencial de cada participante para transformar con sus talentos los recursos
disponibles al servicio de los demás, y así se tiene la riqueza como una solución para combatir la
marginación en lugar de que por una narrativa distorsionada esta sea estigmatizada en forma de
“aspiracionismo”, “explotación” o términos similares.
Por eso es que en cuanto a la pobreza material, si buen puede ser una opción de aspiración
voluntaria con fines ascéticos, no es un requisito arbitrario ni un llamado universal por si misma.
Antes bien, hay gente que no elige la pobreza material, y esta pobreza de naturaleza circunstancial
debe ser entendida desde sus razones sin dejarse perturbar por sesgos ideológicos de ningún tipo
para evitar la demagogia y atenderla para combatirla tanto por altruismo como por la propia
seguridad de nuestro entorno por las condiciones que la desesperación que implica generan.
El mismo Jesucristo y su legado en el cristianismo tiene una opción, si preferencial por los pobres
por las razones mencionadas, pero no exclusiva, de otro modo no habría entre el santoral católico
políticos como San Luis Rey de Francia, militares como San Raymundo de Tolosa o profesionistas
o empresarios como Anacleto González Flores o Enrique Shaw que están rumbo a los altares,
prácticamente la trascendencia es el bien posible para todos (Mc. 10,26-27).
La clave del aporte de la riqueza franciscana ante la iniciativa de incidir en una civilización cordial y
próspera está en aplicar ese precepto del santo italiano: aceptar con paciencia lo que no podemos
cambiar de forma directa, tener disposición para cambiar lo que está en nuestras manos
trabajando diligentemente y creciendo en sabiduría para distinguir la diferencia entre ambas
situaciones.